sábado, 23 de noviembre de 2013

Duelo entre iguales

Las cuchillas vuelan, rasgando la materia, buscando la carne de su objetivo. Las esquivas son la única defensa, y girando al ritmo de los filos se salva la vida. Aprovechando la inercia, es fácil hacer que la energía se desprenda del cuerpo y cruce el aire en forma de letales esferas brillantes. Hacerlo mientras no te alejas ni un centímetro del borde del precipicio no es sencillo, pero sólo hace que todo sea más divertido.

Con la muerte lamiéndonos los labios, la sensualidad del combate excita y atemoriza a partes iguales. La tenacidad de la concentración es tal que no existe nada más que movimiento, energía y filos. Un objetivo y un rival. Aún sin mirarse a los ojos, pues la vista no debe fijarse en nada, abarcando el máximo espacio posible, y al  tiempo ha de analizar cada pequeño detalle relevante, se siente la mente del otro rozando la propia, en un contacto más intimo que el de cualquier amante. El resultado del duelo prolongado es la compenetración total entre rivales, lo que hace que sea imposible que apenas se rocen.

Cuando el fin de la lucha no haya comenzado, pero se haya ido de la mente la tensión, se puede sentir como parte del yo al otro. Mover su cuerpo como el propio, esquivando lo que se lanza. Fundirse con él. Amarle.

No es fácil escapar de esa situación, y el desenlace rara vez se desvía de las dos opciones más posibles: La fusión total de los dos rivales... o su muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario