lunes, 30 de septiembre de 2013

Enfermedad

Empezó a manifestarse ayer, pero ahora es cuando me está atacando de verdad. No sé si es algo nuevo, o llevo teniéndolo dentro durante años. Tampoco sé si es un parásito, o parte de mí mismo. Sólo conozco lo que siento, y puedo entrever algo que me permite hacer una conjetura arriesgada sobre alguna de las causas.

La primera manifestación de este problema fue la incapacidad de pensar con claridad. Deducciones sencillas sobre física se convierten en anchos muros que mi intelecto no puede sortear. La frustración siguió a esto, lo que causó una disminución de mi autocontrol, que a su vez ha permitido que caiga en el estado en el que me encuentro ahora. Ya no hay hueco para el pensamiento. Sólo una sensación incómoda en el pecho, como si un pequeño gusano dentado me estuviese devorado desde dentro, poco a poco, pero con un hambre insaciable. La rabia me consume, creada por algo que mi cuerpo (o mi alma) necesita, y no puede conseguir. Desesperación. ¿Qué es lo que quieres, pequeño? Me gustaría poder saciar tu hambre. El instinto me dice que haciéndolo podré llegar a una felicidad plena. Aunque la intuición hace que no acabe de creerlo.

¿Es ese alma confinada en un cerebro ciego, que está llamando a la mía? Si es eso, que pare, por favor. Sabe que poco más que devorarla puedo hacer por llevarla cerca de mí.

¿Acaso soy yo el que tiene sed de almas? Puede que ese síndrome de abstinencia que nunca pasa haya vuelto. Y si es eso, la sed hará que busque personas con las que saciarlo, lo que solo les traerá dolor.

¿O es que el pequeño que me devora ha encontrado a otro ser con quien podría ser afín? Por lo que siento ahora, ni de lejos. Pero quién sabe.

Lo que demonios sea que está tratando de esclavizarme necesita tiempo para decidirse.

domingo, 15 de septiembre de 2013

¿Ejemplos o tiranos?

Hola otra vez, lector. Te traigo un nuevo tema sobre el cual reflexionar…

Últimamente he estado fijándome en como muchas personas idolatran a otras, y me ha parecido bastante desconcertante. Cuando yo admiro a alguien, es porque alguna de sus acciones me resulta ejemplar, porque hay algo de él que me gustaría poder alcanzar, aun sabiendo que esa persona tiene todas las carencias propias de cualquier ser humano. Pero hay quien sigue a otros como si fueran… dioses. Adoran a sus cuerpos y sus obras, nunca los cuestionan, y arremeten contra todo el que lo haga, como declarando una guerra santa. Harían cualquier cosa con tal de estar cerca de ellos, aunque sus “ídolos” ni les miren, ni siquiera adviertan su presencia, sino sólo sus cuerpos, como otro admirador más, y aun así sentirían tal alegría que no podrían evitar gritar de emoción; engañándose a sí mismos pensando que esa sonrisa era para ellos. Están atrapados en un maleficio de “amor”, si es que se le puede llamar así a esa imperiosa necesidad por dárselo todo a alguien que nunca va a mirarte; sí, yo también lo he sentido. Y lo más triste de todo es que no sólo me refiero a aquellos incondicionales fans de estrellas pop y similares, de hecho eso me parece lo menos grave… He visto esto también entre “amigos”, personas del día a día, que tienen contacto a menudo. Como dijo Aristóteles, uno es el amante, y otro el amado. O como digo yo, uno es el manipulado, y otro el manipulador.

Una persona necesita tanto a la otra que no puede apartarse de ella sin sentirse vacío. Tiene una imagen tan falsa de ella que piensa que merece todo lo bueno, que en cierto modo es la encarnación de la pureza. Se desvive por su ídolo, olvidándose cada vez más de sí mismo… Mientras el amado (o manipulador), muchas veces sin darse cuenta, utiliza a su pobre súbdito. Fácilmente puede hacerle renunciar a sus más fieles amistades, haciéndole ver que son falsas; o a sus ideales, sugiriéndole otros mucho más convenientes. Y la parte más graciosa es que el amado ve justificadas estas acciones, ya que él mismo llega a creerse la imagen que su amante tiene de él: piensa que todas sus motivaciones egoístas son justas, y que su admirador también las busca por eso, porque es lo normal. Lo bueno. ¿Es “gracioso”, no? Una persona puede despreciar al mejor y más fiel amigo de otra, y que esta también comience a hacerlo y deje a su amigo tirado, pensando que el criterio de su amado es el acertado, sin ningún tipo de vacilación. Abandonando a alguien que se ha desvivido, se ha preocupado y le ha amado realmente simplemente para satisfacer a una persona que sólo le utilizará. Este sentimiento promueve la injusticia. La ceguera. Hace que me hierva la sangre.

No creo que podamos dejar que nadie dirija nuestras vidas, por muy necesitados de cariño que estemos. Tener ejemplos a seguir es genial, siempre que sepamos que en ningún momento estos son superiores a nosotros: simplemente son personas que encontraron un buen camino y lo siguieron, para dejar que personas como nosotros podamos explorarlo también. No son perfectos, ni están libres de la debilidad humana, pero sí hay algo que podemos aprender de ellos. Yo, al menos, he visto así a todas las personas a las que he admirado. Quizás me haya resultado tan fácil porque esas personas ya están muertas, realmente nunca existieron, o también sentían algún tipo de amor por mí. Lo que tengo claro es que no dejaré que el juicio de nadie nuble el mío propio y sustituya mis ideas por las  suyas. No seré ileal a un amigo porque alguien diga que no lo es realmente, independientemente de quién quiera que cambie de idea sobre él. No actuaré de un modo que me parezca injusto para ayudar a nadie.


No hay nada más importante para mí que la propia identidad, y creo que someterse a otro, por el motivo que sea, es equivalente a morir, con la salvedad de que con suerte en esto podrás volver atrás. Es esencial ser uno mismo por encima de todo, siendo flexible, pero cambiando de ideas sólo cuando tu propio juicio crea que es conveniente. No debe haber más juicio que el de uno mismo. Y actuando así no serás terco o egocéntrico, siempre que reflexiones correctamente. Serás tú mismo.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Idiota

En el mismo día, un principio y un final. Una ilusión y lágrimas tragedias.
Qué tonto se siente uno cuando coge carrerilla para saltar hacia un muro, creyendo sortear así un obstáculo en el camino. Cuanta sorpresa y dolor al sentir los huesos rotos crujir contra la dura piedra, el sonido que menos esperaba, el que debí haber previsto desde el principio. ¿Qué estúpido seguiría tirándose una y otra vez contra la misma pared, esperando siempre que haya desaparecido? Menuda idiotez. Menudo idiota.