viernes, 30 de agosto de 2013

(Necesito) Consuelo

¿Ni siquiera te tomarás un descanso conmigo, aferrando mis manos, escuchando mi voz? Tal vez te resulte más efectivo que una cadena y un recuerdo...

De hecho, es el único descanso que podría tener.

jueves, 29 de agosto de 2013

Compañía

La noche es hermosa en sí misma, pero dura para los que están solos. Yo la estoy comenzando aquí, frente a la pantalla de mi ordenador, que hace las funciones de un enlace entre mi ser y un mundo no espacial como es internet. Estoy cansado, sin muchos ánimos ni fuerzas par dedicarme a algo útil. De hecho, me ha costado un triunfo empezar a escribir esto. Aunque precisamente mi falta de energía es lo que me ha motivado a hacerlo.

Me siento solo, sí, y eso hace que desee... no, más bien necesite, alguien con quien compartir la noche. Porque de lo contrario el sueño sería demasiado, y acabaría dormido. No, no... el sueño no cambiaría, sino que lo que me faltarían son los ánimos que hacen falta para superarlo. Entonces, la compañía me reconfortaría con esas fuerzas que necesito para superar el sueño, pero: ¿Con qué propósito? ¿Por qué el hecho de tener alguien con quien hablar debería hacer que aumentara mi determinación para aprovechar esta noche, si lo único que hará una conversación es quitarme tiempo? Estar con alguien no beneficia a ninguno de mis fines conscientes y racionales, así que la respuesta tiene que estar en un proceso de la misma naturaleza que el que provoca esta somnolencia: algo inconsciente. Una necesidad tan primitiva como el hambre, una necesidad insuperable de estar acompañado de otros. Quizá un fruto de la selección natural, que favoreció a quienes necesitaban de los demás por facilitar la cooperación, y la cercanía a quien podría ayudar a perpetuar los genes. O quizá esta necesidad responda a algo mucho menos explicable (por el momento), la tendencia de mi alma hacia la conexión con otras; el anhelo de la sensación de plenitud que se alcanza cuando un alma encuentra otra que la complementa. ¿Pero podrá un alma hablar con otra a través de dos terminales de la red? ¿Sin la exposición a las feromonas podrá el cuerpo sentirse satisfecho con el contacto con otro ser humano? Al fin y al cabo, podría no haber ninguna persona detrás de la conversación que anhelo. Podría simplemente estar producida por un programa muy bien diseñado. ¿En ese caso, aunque no estuviera al tanto del engaño, no sentiría la satisfacción que provoca hablar con otro humano? O por el contrario, ¿Lo sentiría exactamente igual, incluso hasta el punto de negarme a aceptar la verdad si alguna vez me es revelada, convenciéndome a mí mismo que el programa informático ha adquirido conciencia de algún modo? Quizá el autoengaño baste para saciar la necesidad, y de hecho, al menos en parte, lo hace: no son pocos los niños (y no tan niños) solitarios que han creado consciencias ficticias, y entablado relación con ellas. Amigos imaginarios. Yo mismo lo hice alguna vez, aunque sigo sin estar seguro de que esa consciencia fuera creada por mí, parecía impredecible. Hasta ese punto podría llegar el autoengaño.

A veces me encantaría poder deshacerme de esto, vivir sin necesitar de nadie más, pero cada vez que lo intento siento que me hundo. No está en nuestra naturaleza el estar solos, sino buscarnos unos a otros continuamente, rechazarnos, seguir buscando. Hasta encontrar a aquellas personas que encajen con nosotros. Y esperar que nada les aleje de nosotros.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Realidad

Esa última etapa de mi vida fue intensa, y salí de ella como quien abandona el palco de un teatro tras una buena tragedia. Fue esa clásica historia en la que los amantes viven un idilio apasionado y perfecto, llena de sueños, esperanzas y los típicos planes que dos jóvenes tienen como futuro perfecto, hasta que ella duda de la historia que ha creado, conoce a otro, comienza a hablarle de amor entre susurros, para que su compañero, ahora un lastre, no lo oiga. Ella sólo ruega por un error de él para poder repudiarlo. Uno de esos muchos fallos del hombre enamorado: la evasión de la realidad, el deseo excesivo, la posesión, los celos injustificados, etc. Y aunque en estas historias los celos nunca son por nada, ya que el joven puede llegar a ser mucho más perspicaz de lo que parece, a ojos de los demás siempre serán un error; e incluso ante su pareja infiel, que llegará a creerse sus propias mentiras. Y así la emotiva y apasionante historia de amor que ocupó gran parte de la obra se trunca en un tropiezo entre lágrimas y mentiras, tras el cual no sabes muy bien quién eres, dónde estás, o qué narices se supone que vas a hacer ahora.

Y así estaba yo hace un momento, sentado en la acera frente al teatro, con mi mente perdida en la desazón que mi asistencia a la representación de esa obra me había causado, mientras mis ojos paseaban entre los grupos de gente bien vestida que comentaba la obra en el café, sin prestarles demasiada atención. Tras pasar muchas noches heladoras y días aún más fríos allí sentado, observando sin atención a aquellas damas y caballeros que entraban y salían del teatro tan panchos, sin que las tragedias a las que asistían trajeran más consecuencia en ellos que una agradable conversación sobre su trama, acompañada de un brandy, un café o una taza de chocolate caliente, decidí que había algo que debía aprender de su despreocupada conducta. Presté en cada segundo un poco más de atención, dando todo lo que podía en la observación, pero aun así sin esforzarme.  Vi cortos gestos de una desazón parecida a la mía abandonar sus rostros tan pronto como se cerraban las puertas de los palcos detrás de ellos, intercambiándose por una sabia, radiante e imborrable sonrisa, que aún no estaba presente antes de la representación. Fue entonces cuando lo comprendí.

Las personas que regularmente entraban y salían de aquél teatro eran hombres y mujeres de verdad, personas reales y honestas, libres, cuyos actos tenían la capacidad de repercutir al mundo que les rodeaba, de hacer marcas que no se borraban. En cambio, aquellos personajes que vivían en el teatro y daban vida cada noche a la misma historia eran distintos; ellos no estaban hechos de realidad, sino de un engaño a nuestra mente. No decían la verdad ni eran libres, no se peritían salir de su vil guion, quizá por miedo. Trataban por todos los medios posibles, por muy ruines y rastreros que fueran, de engañar a sus espectadores, de hacerles creer sólida una proyección. Las damas y los caballeros sabían esto; para ellos era algo intuitivo y normal, y sabían tratarlo sabiamente: durante la obra cedían ante el engaño, disfrutando de las delicias del calor de los amantes al inicio de la obra, y sufriendo horriblemente la suerte del desahuciado a su término, odiando los actos egoístas y cobardes de su compañera. Pero cuando la representación finalizaba reconocían el poco poder de los personajes para interferir en su vida, más completa y hermosa, por ser real.

Y ahora que sé esto, yo me compadezco: Pobres criaturas que habitáis en los teatros, vuestros esfuerzos envidiosos por arrebatar su vida a alguien que sí es capaz de poseerla serán en vano, pues ya todos conocemos la insignificancia de vuestro ser. Os miraremos desde nuestros palcos, el tiempo justo para recordar las infinitas posibilidades que nos da nuestra vida honesta, cuántas nos arrebataría un engaño tan inútil como el vuestro.

Volveremos junto a nuestros amigos, no junto a esa gente que manipuláis para creeros queridos y respaldados incondicionalmente, aunque defendáis la más innoble de las causas; nos abrazaremos a nuestros amantes, no a esa inocente criatura engañada que usáis para satisfacer vuestros deseos y sentir una chispa de la hermosa realidad en vuestras vidas, que se esfumará en cuanto os desintereséis y os decidáis por una nueva víctima. Crearemos algo bueno que perdurará y merecerá todos los esfuerzos, algo por lo que haya merecido la pena vivir y nos de fortaleza y juventud hasta el último suspiro, mientras que vuestras mentiras os marchitarán poco a poco, y os sentiréis sucios y demacrados aún en la juventud. Para nosotros todo volverá a estar bien tras cada caída, todo vuelve a su sitio. Para vosotros, significará el fin.

El fin de una de las muchas representaciones de la obra que ejecutaréis, una y otra vez, hasta el fin de vuestra inútil vida.

Se puso en pie, y volvió a caminar. Se encontró por casualidad una de las actrices que participaron en la obra, y la saludó cálidamente. Su respuesta fue fría y rápida, como si el saludo le hubiera dolido. Como si tuviera miedo. ¿De que las mentiras que ella misma se había contado y le permitían mantener su vida se desmoronasen? ¿De ver en los ojos de su espectador ese brillo sabio y puro que ella nunca podría tener? ¿De darse cuenta de la jaula que ella misma había construido para sí misma, de que la claustrofobia le asaltase?

Él no lo supo a ciencia cierta, la verdad. Pero lo que sí tenía claro era que eso le encantaba. No era un muy buen sentimiento por su parte, pero hasta las personas como él podían permitirse un exceso de este tipo de vez en cuando. Sentir que al fin había algo de justicia, que él podía sonreír y dar calor a los fantasmas que la representación había creado, mientras la actriz sufría la verdad perforándole la nuca, incansable, cada vez que pensaba en algo más allá de su obra; tristeza por su vida vacía, e incluso resentimiento hacia sí misma por ser tan cobarde. Porque hasta los actores tienen un alma pura que lucha por vivir armónicamente. Esas pobres almas confinadas entre barrotes de mentiras… Tan hermosas e inalcanzables. Él se compadeció también de quien tuviera como destino unirse a una de estas almas, pues nunca podría hacerlo. Quizá esa persona sería elegida como víctima, y vería chispas del alma de su amante intentando liberarse, se sentiría completo y feliz, seguro. Hasta que la actriz decidiera que ya había sido suficiente y se entregase a otro inmediatamente después de abandonarle, o sin esperar ni a eso. Él pensó que sería una experiencia horrible. Amar algo que sabes que existe, pero no poder alcanzarlo. Ser rechazado con mentiras cada vez que tratas de acercarte. Vivir eternamente sabiendo que nunca estarás completo. Como un fantasma.

Remató estos pensamientos mientras se acercó al café y tomó asiento, pidió a un camarero de voz serena una taza de chocolate, y dobló su entrada al teatro hasta hacer con ella una pequeña paloma de papel que posó suavemente a su lado. Tomó despacio su chocolate, dulce, cremoso, suave. Envolvió su lengua con una calidez que le meció en reflexiones más agradables. Lejos ya de pensar en teatro, comenzó a recordar la belleza de quien lo esperaba en casa, tras haber pasado tanto tiempo fuera. Aún era joven, pero ya una mujer de verdad. No había quien se le resistiese.


Decidió que en cuanto la viera le invitaría a tomar otro chocolate en el café del teatro.

martes, 27 de agosto de 2013

Olvida y siente.

Ayer miré hacia el río, y sólo vi en él mi reflejo:
plano, predecible, irreal e injusto.
Hoy quiero saber la verdad y entro en él, casi desnudo;
el tacto y el alma me muestran algo nuevo.

No hay rastro de mí allí dentro,
solo belleza, luz, vida y nostalgia.
Miedo, necesidad, ansia y deseo.

Descubrí que para ser ciego no hay que tener secos los ojos,
sólo creer haber visto sin tenerlos abiertos.

sábado, 17 de agosto de 2013

Ritmo

Hay momentos en los que es necesario sentarse y esperar. En otros, debemos correr tan rápido como nuestras capacidades nos lo permitan. 

Pero lo que nunca, nunca se debe hacer, es actuar con prisa.