jueves, 9 de mayo de 2013

Tortura

El joven llevaba horas en la cruz, sus brazos pendían de los clavos. Se desangraba poco a poco.

¿Por qué no me matas ya? Quiero descansar.

El sonido de su voz rebotó en la fría piedra y regresó a sus oídos. Aquél que lo observaba guardó silencio.

jueves, 2 de mayo de 2013

Hambre


Hmm... esa carne huele muy bien, ¡Y menuda pinta que tiene! El estallido del aceite al freír siempre me ha relajado, pero con una carne así es aún más encantador. Espero que esté lista pronto, me muero de ganas por probarla, y empiezo a estar hambriento.

Podemos charlar un poco, para hacer tiempo y distraer al estómago. Además, me gustaría contarte cómo adquirí este gusto gastronómico tan poco usual y mal visto. Por cortesía, más que nada; educación. He contado esta historia cientos de veces, pero estas ocasiones siempre merecen una más:

Hace algún tiempo me enteré de la existencia de una acampada en conmemoración del movimiento hippy, y de su celebración cercana a mi ciudad. Siempre he sido un poco antisistema, así que ese acontecimiento me atrajo hasta el punto de que pareció que si no iba me acabaría arrancando los huesos, así que conseguí escapar del férreo control de mis padres, e ir.

Allí poco quedaba de la cultura original, aunque quizá sí persistía su esencia. No se fumaba maría -no mucha, al menos-, ni se pedía paz con camisetas locamente tintadas y flores en la mano; pero allí empecé a darme cuenta de algo. Abrazado entre una masa de compañeros antisistema escuché las declaraciones del vegano Alex Mendoza. Apenas recuerdo algunas frases, pero la idea que conmocionó a la multitud sigue latiendo con fuerza dentro de mí. Me invitó a abrir los ojos, y al aceptar el ofrecimiento pude ver el horror que la raza humana comete cada día contra el resto de almas de la naturaleza: Bebés llamados corderos por eufemismo, arrancados de los pechos de sus madres y reemplazados por ordeñadoras automáticas: máquinas que roban la leche que el bebé asado y devorado ya no necesita. Gallinas que tienen que vivir en un espacio en el que por poco entra su cuerpo, cerdos condenados a nacer, ser cebados y morir, ecosistemas enteros talados para plantar cereales sobre los cadáveres de tantas criaturas... y…

Lo siento, me he dejado llevar por mis emociones. Esto no es algo de lo que hablar en la mesa, y menos a la espera de un manjar tan espléndido. Espero que puedas disculparme. Ya va siendo hora de dar la vuelta a la carne...

Bueno, como iba diciendo… esas charlas me hicieron reflexionar, y las conclusiones a las que llegué no fueron bonitas, pero sí ciertas, y no pude cerrar los ojos ante tanta realidad. Frente a la imposibilidad ética de comer nada y la insistencia de mi querida madre en que lo hiciera, me encerré en mi habitación, sollozando. Pasé el tiempo jugando con mi preciosa navaja mariposa, hasta que los ruegos de mi progenitora me sacaron de mi ensimismamiento, y oí los furiosos pasos de mi padre subir las escaleras huecas, provocando tal estrépito que parecía ser un elefante el que acudía a traerme un delicioso chuletón, y a gritar que no saldría hasta que lo terminase, cerrando y candando la puerta tras de sí. Y ahí estaba yo, sentado en mi cama, navaja en mano y con un pedazo del cadáver de un inocente y desdichado animal frente a mí. No sabía cómo podían pensar siquiera en que devorase a la que habría sido tan pura criatura, mucho más que cualquier hombre.

Con el tiempo, las moscas comenzaron a aprovechar la carne en descomposición, devolviendo a la naturaleza lo que era suyo, y en mi cara comenzaron a verse las marcas del hambre: Mis ojos se hundieron, y mis pómulos y mandíbula se hicieron más marcados que nunca, amén del color pálido que comenzaba a tomar toda mi piel.

Para mí fueron años el tiempo que pasó hasta que volví a oír los pasos de mi padre, con tanta furia y determinación como la vez anterior, aunque algo más descontrolados. Casi desencajó la puerta al abrirla, y por poco hace lo mismo con mi mandíbula, a juzgar por como crujió cuando me golpeó. Me dejó tirado en el suelo, dolorido, mientras me observaba con esa mezcla de ira y decepción. Miró el trozo del cadáver del animal. Yo también lo hice, y volví a pensar en la pureza de ese ser. Después me miró a mí, y yo le devolví la mirada. Entonces vi lo penoso que era aquél hombre, y el frío tacto de la navaja mariposa entre mis dedos me dijo lo que realmente merecía.

Rugí a la vez que mis tripas cuando me abalancé sobre él. Abrí la navaja en un rápido golpe de muñeca e hice desaparecer la hoja en las tripas de mi padre, una y otra vez, mientras este me miraba incrédulo y se desplomaba en el suelo, aplastándome. A duras penas conseguí quitármelo de encima, y manchado en su sangre comencé a devorar la jugosa carne de su cintura. En cuanto sacié mi hambre vomité sobre el cadáver, pues no estaba acostumbrado a comer carne tan cruda.

Aunque no fue un episodio muy agradable, me hizo aprender una forma en la que podía alimentarme sin tener esos terribles remordimientos después. Las cosas malas traen consigo otras buenas, ¿No crees? Así puedo dar un cometido útil a esas personas que no hacen mucho bien al mundo, y al mismo tiempo disfruto de un buen manjar.

Sí, sabía que explicártelo te calmaría. Al principio tenías una expresión muy extraña, pero ahora pareces sereno, calmado. Y lo mejor de todo es que la comida está lista: Un poco de sal… ¡y voilà! ¿No tiene una pinta espléndida?

Es una pena que no haya mucha gente que coma lo que yo como. Si fuéramos más, podríamos salvar muchas vidas inocentes… pero en fin, cada cual es cada cual. Y ha llegado la hora de probarlo…

Qué ternura, qué sabor, qué aroma... Es una explosión de vida y justicia en la boca, mejor que la caricia de una madre comprensiva, que el abrazo de un padre. Mejor que el amor de una mujer, que la calidez de los hijos. Es la carne de un villano en lugar de la de un ser puro. Es perfecto.  

Sí, puedes permitirte estar orgulloso. Como esperaba, tu carne está deliciosa.