No sabes cómo has llegado hasta aquí, ya que ahora mismo no puedes
concentrarte para pensar en ello. Tu mente y tus sentidos parecen estar
a la merced de las sombras que te rodean, de la negrura del bosque.
La
oscuridad forma una densa niebla que danza a tu alrededor, creando
formas que tu raciocinio no puede percibir, pero tus sentidos sí. Se
mueve como un fluido sin masa, como un alma sin cuerpo, y corrompe a
todos los seres que te rodean, transformándolos en simples siluetas,
agonizantes contornos con un alma oscura y amenazadora. El terror te
inunda como una llama que se extiende en un segundo desde las primeras
vértebras a la coronilla, hasta tal punto que la linerna cae de tus
manos mientras intentabas encenderla, dejando en silencio por un momento
la melodía de la oscuridad con su apagado golpe en el suelo.
El
shock de tu error mortal bloquea tus instintos, los corrompe; la
parálisis del terror te puede por un momento, hasta que el sonido de una
rama caída al quebrarse te hace reaccionar, y corres frenéticamente en
dirección contraria. Un sexto sentido animal te hace sentir la presencia
ahora silenciosa y etérea que te persigue, riéndose de tu carrera,
rozando tus talones, acariciando tu espalda... y la adrenalina no te
permite parar, sólo acelerar: porque sabes que si disminuyes tu
velocidad, por poco que sea, te alcanzará.
Sigues corriendo,
hacia el corazón del bosque, donde el camino improvisado que habías
escogido para pasear desaparece entre arbustos espinosos que arañan tus
mejillas. Esquivas los tropiezos, a veces apollándote en superficies que
mellan y perforan tus manos. Finalmente ves un claro a lo lejos, y la
esperanza renova tus fuerzas. La ilusión te abraza, hasta que tropiezas
con la pequeña verja que delimita el camino principal, y caes de bruces
en él.
Inmóvil en el suelo, dolorido, con los ojos fuertemente
cerrados. Intentas prepararte para sentir cómo tu alma se despedaza, te
resignas a lo inevitable, no hay nada más que hacer. Te aprietas contra
ti mismo.
En unos segundos crees darte cuenta de que no vas a
morir esta noche, de que tu alma no se irá de tu cuerpo deformado por el
dolor. Te incorporas sobre tus manos doloridas, y ves como la luz baña
tu cuerpo desde los faroles del paseo. Ves el aire brillar como sólo
puede brillar el paraíso, sientes tus heridas curar en la dulce melodía
de la luz, que no es lenta ni rápida, grave ni aguda, simple ni
compleja; es todo a la vez, y a la vez no es nada. Simplemente
indescriptible, lo más bello que has visto jamás. Homogéneo y puro,
danzante y líquido a la vez. Cálido en la piel y fresco en el alma. La
luz entre la oscuridad.