miércoles, 28 de marzo de 2012

Esperanza

Ya está, una hora. Más que suficiente para lo que tengo que estudiar de momento. Miro un segundo a través de la mosquitera de mi cuarto. Aquí estoy encerrado como un animal, sin apenas poder mirar al exterior. Los chalets de enfrente sólo me permiten "admirar" otro trozo de nuestra nauseabunda civilización.
-¡Abuela! Voy a dar una vuelta- la luz que tiene hoy el cielo no me permite no hacerlo, así que en menos de cinco minutos estoy en la calle, con mi abuela y una chaqueta que cojo por su recomendación -y que no voy a necesitar-.

Vamos hacia el pinar. Estoy seguro de que hoy está más hermoso, más vivo. En cuanto el asfalto bajo nuestros pies se convierte en la tierra que descansa entre los cultivos precedentes a los pinos, me doy cuenta -cómo sólo podía ser- de que no estaba equivocado. Incluso desde esta distancia se aprecia, el recuerdo del escaso diez por ciento de verdor en la copa frente a toda la muerte a la que no le llegaba suficiente luz ahora está obsoleto. Excepto por algunas ramas secas cercanas al suelo, todo el árbol está verde. Todos los árboles. Al llegar al umbral del bosque maldigo mi vida de ciudadano con más rabia cada vez, sin saber muy bien que hacer al respecto. Poco a poco me voy calmando, pasando del horizonte a los pequeños detalles: cómo hierba nueva empieza a ganar terreno al seco camino, todos los arbustos que crecen ignorando la basura que hay a sus pies, las pocas piñas que quedan...
-Arderían como teas en la lumbre- dice mi abuela, como leyendo mis pensamientos. Aunque creo que lleva hablando desde que salimos, aunque no la haya escuchado. Vuelvo a dejarle mi alma a la naturaleza, justo antes de percatarme en el detalle que más me ilusiona de todos: docenas de pequeños pinos salen de todas partes, desde el frío y la muerte de hace unos días. Nueva vida... no sé cómo explicar lo que me hace sentir, pero sin duda, si tú también tienes la llama, me entenderás. Es esperanza pura.

Ya es hora de volver. Y lo hago mirando al cielo, imaginando lugares nuevos, frases llenas de conocimiento, una historia, una lucha, una vida. Pienso en que cuando vuelva a mi cuarto todo esto desaparecerá. En eso soy como la música: tan grande como aire tenga a mi alrededor. No puedo ser grande en una habitación tan pequeña.

domingo, 25 de marzo de 2012

Poseído

Sobre el cuerpo del hombre ajado
de guadaña y amuleto en mano
reina un alma prodigiosa,
que fría y tenebrosa
prefiere tener pájaro en mano.

Así es que al ser tarea sencilla
agarró sólo un par de horquillas
y dejó ciega a su esposa
no clavándolas en sus cabellos
sino en sus ojos fríos y secos.

Sin perder nada de tiempo
fue a por un enorme cuchillo 
y sin usar tabla ni nada
colocó al hijo en la mesa
y lo destripó admirando el alba.

Cuando el Sol le dio en la cara
el alma se marchó asustada
y nuestro pobre hombre ajado
al darse cuenta de su error
a sí mismo se dio un sablazo.

En los últimos estertores
imaginó vidas mejores;
una lástima: todas falsas;
el no tendría más vida,
había maldito su alma.

jueves, 15 de marzo de 2012

Otra pausa

Llevo un tiempo sin escribir. Apenas saco un rato de vez en cuando, y cuando lo hago no sale nada decente. He decidido volver a aparcar el blog por unos días. Avisaré vía Twitter y en Tuenti cuando suba algo nuevo.

sábado, 3 de marzo de 2012

Kara

Un grito tras otro. La katana corta el aire una y otra vez, de arriba a abajo. Desde el cielo hasta la tierra. Su ira va aumentando, poco a poco, imparable. No sabe qué le pasa, parece que ni el universo lo sabe. El volumen de los gritos va aumentando, acompasándose con el ritmo de los cortes. Él, sólo el. Sin señas de que ningún otro ser humano haya estado allí sigue basculando su peso sobre el frío suelo, para no desequilibrarse con la fuerza de sus propios cortes. No puede concentrarse, el arma se desvía una y otra vez, escapa de su control. Sigue acumulando odio hacia sí mismo, sin saber lo que está haciendo. Su vista, su alma, se nubla cada vez más, con un vapor cristalino que no deja pasar la luz tanto como parece. Su ser se oscurece. Más. Más. Hasta que el fondo es tan negro que puede ver su error reflejado en la niebla, en sus ojos. Mantiene estática su arma súbitamente.

"¿Qué me está pasando? ¿Qué hice mal? Ya ni siquiera puedo entrar en mí mismo. Parece que hasta mi ser me repudia. ¿Qué es lo que estoy haciendo mal? Quizá mi vida ya no tiene ningún objetivo, y por eso..."

No podía ser tan débil. No tenía auténticos motivos para realizar el seppuku. Enfundó su katana y se sentó. Retiró el arma enfundada del obi y la colocó a su izquierda, con el filo dirigido hacia él. Cerró los ojos nublados y colocó sus manos formando el Dhyana Mudra. Meditó.